Y como en este blog no va a ser todo reseñas, o artículos, o vídeos, o cosas relacionadas con La Armadura de la luz, hoy inauguro un nuevo espacio: Momentos. Aquí voy a hablar de lugares que he visitado y me han cautivado especialmente; mucho más de lo que se suponía. Como contrapartida, para compensar —y porque uno es así de puñetero— también voy a hablar de un sitio que he visitado que se suponía que me tenía que haber encantado y NO.
Y empiezo la serie enfrentando una de mis visitas más recientes, Santa María del Naranco (Oviedo) contra una de las primeras que hice, las Cataratas del Niágara (frontera EEUU -Canadá).
La tenía a unas pocas horas de viaje en coche, pero nunca había visitado Asturias. Fue un error, ahora lo sé, que solventé en julio de 2016. Los tres miembros de la familia pasamos diez días en una casa en mitad de un monte, con un prado —con sus respectivas vacas— junto a un bosque. Experiencia asturiana 100%, que no se diga. Hubo de todo, montaña, playa, pueblos, ciudades, senderismo, comida —quesos y sidra, mayormente—, deporte, y todo el aire libre del mundo. Además, el tiempo acompañó, y mientras en el resto del país se achicharraban, allí dormíamos tapados. Pues de entre todas las maravillas que escondían estas místicas tierras, caí rendido a los pies de Santa María del Naranco.
Coqueta, espigada, no aparenta el milenio largo que lleva ahí de pie, en la falda de un monte que ha hecho suyo, atenta y a la vez ajena a lo que acontece más abajo, en la ciudad. Es vieja y joven al mismo tiempo, como una anciana que todavía se permite gastar bromas y reír como cuando cría. De cerca, su piedra se muestra firme, pero, al mismo tiempo, de lejos resulta poco menos que milagroso que siga aguantando. Grácil, etérea, parece que en cualquier momento va a desprenderse del suelo y va a partir hacia las nubes o hacia donde el viento quiera llevarla, como las semillas del diente de león.
Yo no creo en ninguna religión, ni falta que me hace, pero hay algo divino y sobrenatural en este monumento. Conecta de alguna manera nuestro mundo lleno de torpezas, egoísmos y despropósitos, con otro plano diferente, místico, mágico. Si tuviera que hacer una lista con las 7 maravillas del mundo, no dudaría ni un instante en incluirla.
Y al otro lado del ring, las archifamosas y mil veces sobrevaloradas Cataratas del Niágara. No voy a negar que fue toda una experiencia para mí el estar allí, en otro continente, tan lejos de casa al fin y en tan buena compañía. Pero no son, ni por asomo, para tanto. Para empezar, las cataratas en sí son muy bonitas pero no tan espectaculares como se intenta mostrar en el cine —en la peli de Superman 2 parece que tiene cientos de metros de altura—. También te puedes montar en un barco y meterte en el meollo mismo de las cataratas, que tienen forma de herradura. Así te mojas como lo harías en cualquier parque acuático, pero un 30% más peligroso.
Lo realmente escabroso del lugar es el entorno, cosa que las películas «se olvidan» de mostrar. Las cataratas se encuentran rodeadas de casinos, hoteles, franquicias, tiendas y demás establecimientos destinados al consumo y a atraer al tipo de personas que procuro tener lejos. Atascos de autobuses, colas, turistas, domingueros, cazadores de selfies, gorras de Disney, camisetas I love Niagara Falls y envoltorios de comida chatarra rodando por el suelo. Más que un enorme centro comercial, es una inverosímil mezcla de Las Vegas y Marina D’or donde si te bañas tienes altas probabilidades de morir, de que te multen, o ambas cosas.
Seguiría recomendando su visita, pero, francamente, no dejaría de hacer cualquier otra cosa interesante por pasar un día entero allí. Y de pernoctar ya ni hablamos.
Marcador final: Santa María del Naranco 3 – Cataratas del Niágara 1
Yo que apenas creo en Chiquito y en lo que le hace el frigorífico a la cerveza, te entiendo perfectamente en lo que comentas sobre “lo sagrado” que no religioso de ese pequeño edificio que parece que tiene una conexión con lo trascendente. Esos lugares que nos empujan a la trascendencia, a la reflexión y que nos demuestran que el mundo sin nosotros merece ser explorado, respetado y cuidado; me parecen de lejos mejor que “la poca lisis” encarnado en los decorados capitalistas.
Donde esté una puerta al silencio que se quite el desconcierto de lo que zumba y aturde.
Me gustan estas entradas, también, de tu blog…
Me encanta ver que conectamos también en estas cosas, Mr Briones. Gracias por el comentario y bienvenido a este que (también) es tu blog. Un abrazo.