Mi visita al Haidlhof Research Station

A 40 minutos de la ciudad de Viena, en plena campiña austriaca, se encuentra el Haidlhof Research Station, un proyecto llevado a cabo por el Messerli Research Institute, perteneciente a la universidad de esta ciudad. Allí, en un enclave privilegiado, alejado de lo que conocemos como «civilización», junto a un bosque y en una pradera siempre verde, existe un recinto de unas diez hectáreas dedicado al estudio de los cerdos —de la raza Kunekune—.

Esto ya de por sí es problemático, ya que el cerdo es un animal que se ha destinado únicamente a la alimentación. Pese a que lleva junto a los humanos desde la revolución neolítica —unos diez mil años—, apenas se sabe nada de ellos como especie. Apestan, tienen tendencia a la gordura, son sucios y están muy ricos. Y ya. Suficiente.

No conocemos cómo son realmente. Nos limitamos a encerrarlos en un espacio reducido y esperamos a que engorden para sacrificarlos y comérnoslos. Eso es todo. He aquí la importancia del Haidlhof Research Station, lugar donde unos 40 cerdos pueden interactuar entre sí en un régimen de semilibertad como lo harían en la naturaleza. Allí son estudiados por investigadores, quienes también realizan tests para evaluar cosas como su inteligencia, empatía, sociabilidad… Una cosa sin pies ni cabeza, ¿verdad?

Pero, tío, ¿qué haces? Que son putos cerdos

Si todavía sigues aquí, te felicito, porque ahora viene la mejor parte. El grupo de investigadores ha descubierto cosas que solo unos años atrás eran impensables. Resulta que los cerdos son animales inteligentes —más que los perros—, sociales —viven en una manada estructurada en complejas jerarquías—, pacíficos —no hay expulsiones ni vetos, e incluso los de rango inferior tienen sus derechos—, con una enorme sensibilidad y capacidad de empatía hacia sus congéneres —sufren estrés cuando alguno de los suyos lo pasa mal—.

Cerditos en el Haidlhof research station. Javier MiróY ahora el remate: una de las cosas más sorprendentes de estos animales es lo tremendamente limpios que son. Sí, exactamente, LIMPIOS. El lugar donde tienen el nido siempre está impecable y nunca hacen sus necesidades cerca de allí. Desde recién nacidos saben que el baño está fuera, cosa que no ocurre con los perros, por ejemplo, a quienes hay que enseñar a que no se caguen ni meen en casa. Y les cuesta.

Y hay más, pese a que les encanta revolcarse en charcas, apenas si tienen olor corporal. Puedes pasarte horas acariciándolos y abrazándolos que las manos solo te olerán a barro. Yo soy la prueba viviente de ello.

Claro, los animales que viven recluidos en diminutos cubículos toda su vida, obligados a hacerse sus necesidades encima, apestan como cerdos, puercos, cochinos, marranos. ¿Cómo olería una persona en esas mismas condiciones? Bueno, eso ya lo me lo puedo imaginar, que me he cruzado por la calle con más de un enemigo de la higiene básica.

Conociendo esta limpieza, su inteligencia y sensibilidad, resulta todavía más horrible pensar en las condiciones en las que viven todos los demás cerdos, los encerrados en las granjas industriales destinados a la alimentación. Separados de sus congéneres, aislados, obligados a cagarse y mearse encima. Terminan como terminaría una persona en sus mismas circunstancias, ni más ni menos: enajenados, locos, enfermos.

En fin, mientras sigo poniendo mi granito de arena por acabar con lo que considero un sinsentido y un terrible error, me centraré en disfrutar de estas diminutas y remotas islas de razón y cordura como el Haidlhof Research Station. Pese a todo, cada vez son más. Eso me gusta pensar.

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Responsable: Javier Miró Gómez

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